INFORMACIÓN ADICIONAL SOBRE LOS TOMATES

El tomate (Solanum lycopersicum) salió de América con los españoles, que lo llevaron a Europa y Asia. La palabra deriva del azteca xitomatl: “fruto con ombligo”.

Sobresale por su contenido en el trío de vitaminas antioxidantes C, E y A, esta última en forma del precursor betacaroteno. Previenen la degeneración de los tejidos, el envejecimiento prematuro y colaboran con el sistema inmunitario.

Destaca también por su alto contenido en ácido fólico y por ser muy rico en licopeno, compuesto más potente que la vitamina E.El conocido pigmento carotenoide con efectos antioxidantes que le confiere su atractivo color rojo.

BENEFICIOS DEL TOMATE

–          Para acceder al licopeno mejor cocinado que crudo. Las mejores fuentes de licopeno son los productos a base de tomate cocinado, porque el licopeno se absorbe con el triple de eficacia después de que el calor haya roto las membranas celulares y haya permitido su salida. Por eso las fuentes más abundantes de licopeno son las cremas y sobre todo las salsas o los concentrados, y aún más si se elaboran en casa con tomates maduros, hierbas aromáticas de temporada y aceite de oliva, que favorece su absorción.

  • Es un buen aliado del corazón. El licopeno mejora notablemente la flexibilidad de los vasos sanguíneos y en consecuencia previene recaídas en los enfermos.
  • Efectos antioxidantes en trastornos asociados con el envejecimientos prematuro.

 

PRESAGIOS Y TOMATERAS

Un texto de Pedro Casamayor

 

    Tuvieron que pasar cuarenta años de hastío fuera del pueblo para saber que su cuerpo se hizo bajo la inconsistencia humeante de los aromas. Mientras crecía sin saber del sonido del abecedario, fue aprendiendo otra gramática de olor a plantas silvestres y rosas antiguas. A higuera y estiércol recién amanecido. En los cimientos de su alma se fueron acomodando una serie de perfumes que como elementos de la naturaleza aparecían y desaparecían según las estaciones, según los sentimientos más intensos y las crisis más demenciales.

Las palabras y las letras, en demasiadas ocasiones, eran inflamables, presumidas y enrevesadas. Académicos bajo un aspecto firme que ocultaban demasiadas mentiras y, que vacilantes, nunca plantaban cara al destino.

En su mundo de fragancias y prioridades, la muerte siempre tuvo el olor de una barandilla recién pintada de color gris. A ella acudía -y a su frío-, cada vez que algún vecino del bloque pintaba las rejas o el balcón de forja con vistas al aparcamiento. Este olor a pintura espesa le aferraba a la tierra de los días y le alentaba a pasear por la lista de los muertos más queridos y llorados.

En el otro extremo de la nariz, la infancia y sus juegos tenían el olor del pan. A barra caliente y torta de aceite con azúcar tostada del horno del Paseo. Posar los labios sobre la miga blanca y húmeda de una pieza de pan se convirtió en la ceremonia más adicta a la vida.

Con el tiempo y las espinas aprendió a escribir las palabras más importantes de su existencia y a precipitarlas en su mente bajo la apariencia de un olor. Así, para escribir “magnolia”, recordaba a su madre y a las tardes de verano. El cabello de mamá en agosto olía a magnolias y estas, a su vez, a tierra recién humedecida por conversaciones, agua fresca, meriendas y reuniones familiares.

La clave encriptada vino, como no podía ser de otra forma, bajo el formato de un perfume. Su vuelta a la aldea. Al hábitat de la ceniza, de los insectos y los abejarucos le llevó de la mano al, tan olvidado, olor de las tomateras. La huerta le clavó de nuevo sus afilados colmillos, convirtiéndolo en un romántico vampiro de amaneceres, buscador de carótidas encendidas entre matas de tomates.

Bajo calles de verdes solanáceas descubrió el sentido de las constelaciones lejos del mar y de las mareas cerca del cielo. Según el ciclo del universo, a primera hora de la mañana cortaba los chupones jóvenes a las tomateras para repartir su clorofila entre otras ramas cargadas de flores. Sus manos verdes contenían al fin el olor de la esperanza. La frescura de una naturaleza limpia y regenerativa entregada sin reservas a hombres y mujeres de buena fe.

Abriendo los tomates y estudiando la geometría de sus semillas supo de dioses, del futuro de lo humano y de lo errado en el camino. Tomates rojos, de casi un kilo. Repletos de carne y seda para saber del amor en mayúsculas y de las heridas más abiertas. Sin duda los más solicitados por los jóvenes enamoradizos, inexpertos en fluidos y brasas exterminadoras. Tomates amarillos “pomodoro” para preguntar por el peso de la fortuna y sus atajos. Tomates de piel fina de color caqui y la apuesta segura acerca del número de hijos detallados en el libro de familia. Otros de color morado y dulces, expertos en predecir los viajes y los kilómetros en el pasaporte o un destino anclado, felizmente, en el paisaje que te vio nacer. Tomates ciruela dispuestos a explotar con un solo mordisco en la boca y pronosticar el número de amantes. De sabor insaciable a lujuria desnuda y pezón sonrosado.

Tomates cebra, tomates huevos de toro, flor de balabre, cherry de todos los colores. Tomates piel de melocotón, de pera, corazón de buey, muchamiel. Tomate pimiento, negro de Crimea, de Yeste, San Pedro. Tomates para colgar, huecos para rellenar, para conserva, para secar.

La cita pacífica con sol le iluminaba el rostro y entre las manos, ya para siempre, el roce perfumado de las tomateras y el mecido analgésico de las albahacas. La rutina y sus márgenes encontraron sentido cada tarde, sentado bajo la parra, con su perra Lua a un lado y la emoción de un nuevo día por oler, al otro.

Cada estación y cada minuto de la vida pronosticado por las semillas de esta fruta traída del mundo azteca, le hizo convertirse en una deidad respetada entre los campesinos de la aldea. En un experto profeta de pandemias, emociones y gazpachos.

 

¿Alguna duda?¿Un proyecto en mente?
Enviar