INFORMACIÓN ADICIONAL SOBRE LAS GRANADAS

En la antigua Grecia se atribuía a Afrodita la plantación del primer granado, por lo que su fruta se relacionaba al deseo e incluso se le atribuían poderes afrodisiacos.

Además, la granada, como otras frutas con abundantes semillas, ha sido sobre todo un símbolo de fecundidad y en muchas culturas se ha regalado a los recién casados, una costumbre que aún perdura en algunas regiones de China.

Se piensa que el granado es originario de Irán, unas tierras que durante siglos fueron el sustento de la antigua civilización persa, y que su cultivo se remonta a tiempos prehistóricos.

Los antioxidantes de la granada han sido objeto de muchas investigaciones. Las conclusiones positivas de la mayoría de ellos han convertido su zumo en un producto muy interesante, a la altura del té verde o el arándano.

 

BENEFICIOS DE LA GRANADA

Las antocianinas de la granada disminuyen la acción de los receptores de estrógeno, lo que ayuda a prevenir cánceres como el de mama. Este efecto lo causan asimismo sus flavonoides. La granada también se considera útil en la prevención del cáncer de próstata.

 

CORAZÓN SALUDABLE

El consumo habitual de granada, tanto en forma de zumo como si se consumen sus deliciosos granos, es una buena forma de reducir el riesgo cardiovascular, ya que previene la concentración y la oxidación del colesterol “malo” (LDL) y mejora la elasticidad de las arterias.

También favorece al corazón y al sistema cardiovascular su abundancia en potasio que contribuye a regular la tensión arterial.

 

EFECTO DEPURATIVO

Y además, sus deliciosos granos son una notable fuente de fibra no soluble, que sacia y favorece el tránsito intestinal.

 

UN BÁLSAMO PARA EL INTESTINO

Su riqueza en taninos ayuda a desinflamar las mucosas del intestino, y su contenido en ácido cítrico la convierte en un buen desinfectante, útil en caso de diarrea infecciosa.

 

EL CAMINO DE LAS GRANADAS

Un texto de Pedro Casamayor

 Decía una antigua leyenda que en el centro de las granadas anidaba el alma de las libélulas del otoño y que, una vez rajada la cáscara, se liberaba para escribir los colores de la naturaleza y el ritmo de la caída de las hojas del bosque.

  Dedico todo el día a contemplar el movimiento de la luz por el cuerpo de una granada. Como cae la extensión definida de su sombra chinesca, primero por la redondez rota por dos hojas y más tarde por su cáliz hecho corona. Termino este recorrido, de miles de años, brillos e imágenes, abriendo al mundo su dulce engranaje. El crujido entre sus paredes es la consigna más suspirada. El último contenido de mis ojos al abrir la fruta, cinco granos sueltos latiendo sobre un plato en blanco. El alma de la libélula, sin duda, ha quedado en libertad para los ojos que ven al cerrarse.

  La calma está servida. El canto antiguo del final del verano desplegado en el paisaje con tímidos tonos rojizos y alimonados. Mientras Nikyû, en un tiempo sin límites, piensa en un haiku atardecido:

En el encuentro

                                          entre la luna que sale y el sol que se pone,

las rojas libélulas

  Pensar que septiembre es el preludio de una oración. Que los árboles son verbos cansados que comienzan a desperezarse hasta ir deshaciéndose de las primeras hojas. Servidores de la luz y de sus recovecos. Y entre todo este adagio la silueta retorcida de un granado lleno de frutos.

  Lo recorro por dentro plantado en mi mirada.  Me convierto en río de savia que curiosea por las madrigueras más profundas del tronco, las sumergidas por la madera reseca y los nudos hechos de errores y torpes podas. Salgo de mi cuerpo como un viento que se instala en una de las divinas granadas de un cuadro de Pedro Cano. Mensajero de las espinas, transformo mis manos en fruta roja desplegadas para la alegría de los pájaros. En madera austera que solo necesita agua, sol y tierra para vivir.

  Cuánta abundancia hay en la palabra austeridad. El secreto de ser feliz solo de lo necesario, de la abstinencia más deseada.

  Una mano de luz amarilla empieza a sugerirse entre las hojas y, por las ramas, cada noche más expuestas, una sensación extraña, de bruma, de no saber qué hacer con los días. Si agarrarnos a ellos o dejarnos caer en un largo sueño. En la bondad que se libera al abrir, cada septiembre, el altillo de las mantas.

  Da comienzo la balada del otoño con la luz de las granadas colgantes de un árbol semidesnudo. La melancolía más tapizante cuando describes, al comer una granada, la azucarada sensación de sentirse frágil y expuesto a la llegada del amor y sus semillas.

  Dice una antigua leyenda que en el centro de las granadas anida el alma de las libélulas del otoño y que, una vez rajada la cáscara, se libera para escribir los colores de la naturaleza y el ritmo de la caída de las hojas del bosque.

Conoce la receta que Amor Gonzalez ha preparado para nuestro calendario. Las granadas aparecen en los meses entre septiembre y noviembre (incluidos).

Amor González trabaja como chef privado cocinando para todo tipo de eventos, y además es conocida por las cenas clandestinas que organiza, en las que convierte espacios de lo más variopinto en restaurante durante 2 ó 3 días.

 

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