INFORMACIÓN ADICIONAL SOBRE LAS REMOLACHAS

La “raíz” de remolacha (Beta vulgaris) es un tallo bajo de esta planta nativa de la Europa mediterránea y occidental. Los humanos han saboreado esta planta desde la prehistoria, al principio sus hojas y después la parte subterránea de algunas variedades siempre dulces y con cierto sabor terroso.

PROPIEDADES DE LA REMOLACHA

Es una extraordinaria fuente de ácido fólico, así como de vitamina C y potasio. También contiene una cantidad apreciable de fósforo y apenas aporta calorías (41 por 100 g). Otros nutrientes que se encuentran en cantidades no despreciables son las vitaminas B1, B2, B3 y B6, y los mineraleshierro y yodo.

Todos los nutrientes, especialmente el hierro, se asimilan mejor cuando la remolacha se toma en forma de zumo.

BENEFICIOS DE LA REMOLACHA

Potente antioxidante

La betanina es el pigmento rojo que da color a la remolacha y se trata de un flavonoide con potente agente antioxidante.

Controla la tensión arterial

La ingestión de zumo de remolacha reduce la presión arterial gracias a que aumenta la concentración en la sangre de óxido nítrico que dilata los vasos sanguíneos.

Otras indicaciones de la remolacha son:

  • Asmase ha visto que las personas asmáticas se benefician de una dieta rica en vitamina C, en la que es rica la remolacha. Para que esta tenga una mayor efectividad preventiva se debe consumir en crudo, bien rallada en las ensaladas, o bien haciendo un saludable jugo.Aterosclerosis:las dietas ricas en fibra, como la que contiene la remolacha, ayudan a reducir la absorción del colesterol.
  • Cataratas: el betacaroteno que contiene parece ser que previene la aparición de esta afección.
  • Degeneración macular: la remolacha es rica en antioxidantes capaces de mejorar el estado de la retina.
  • Fragilidad venosa: protege los vasos sanguíneos y el corazón

El consumo habitual no representa ningún riesgo, excepto para las personas con tendencia a formar piedras de oxalatos en el riñón, porque la remolacha es rica en ácido oxálico.

De esta planta se pueden utilizar tanto la raíz como sus hojas verdes, que resultan excelentes, ya sea crudas, escaldadas o cocidas al vapor, como si se tratase de espinacas. Para esto es importante escoger los ejemplares más verdes y tiernos.

 

LUNAS DE REMOLACHAS

Un texto de Pedro Casamayor

Caemos una y otra vez con la mirada. Libres de pies y manos, caemos en el centro del espejo, en un ramo de magnolias, en la oscuridad de unas cejas pobladas, en el goteo de la llovizna sobre las hojas de acacia, en pupilas habitadas de palmeras y pozos ciegos. En un tiempo donde las bañeras eran agua compartida y los hormigueros volcanes de semillas y adormideras.

Hay que cerrar los ojos para detener la caída. Para que cesen de vivirnos las imágenes, los colores, los árboles y los gritos en la memoria, tenemos que parar de respirar y nadie desea eso cuando te dedicas a perderte en mapas que buscan sonrisas.

Apagarnos en el color negro. Silenciarnos en las profundidades del blanco son formas de desaparecer para luego surgir más lentos y calmados, menos convencidos de la maldad del mundo. De ahí pasamos al color que nos iguala a todos. Que nos recorre por dentro a la velocidad del corazón. El de la sangre ardiente y sus paradas. El del amor. Símbolos rojos a lo largo del cauce de los días, representados por un ramillete de remolachas abiertas sobre un plato de porcelana blanca.

Pensando en dejar de amar, no dejamos de amar nunca y esa es nuestra maldición liberadora. Lo que nos convierte en adoradores de fantasmas y escritores muertos, de fotos con el doble que habitamos. Apasionados del cuerpo de mujer que surge después del invierno, del niño que llevamos dentro y de la tierra recién plantada.

En esta historia sencilla de verano, a veinte centímetros del suelo, las remolachas las madura la luna. Requieren de la noche, de la misma manera que los amantes y que el tauteo escalofriante del zorro. Raíces de miseria como obsequio y ofrenda, como dulce cuerpo, como ascuas, como alimento caído en el color escarlata.

Devoramos la mancha intacta de su carne atraídos por su sabor a tierra, tan cercano a los dedos de un niño. Su grana intenso nos tinta las manos de verdad y luego se marcha encendiendo el agua que llegará al océano a pintar las mejillas de los peces más tímidos.

Durante estas escasas líneas ha soplado el aguacero del aire y ha dejado en el huerto las hojas de las remolachas mecidas hacia la salida del sol. Su verde follaje, enmarcado por tallos de coral rojo, parecen olas a punto de romper con el siguiente golpe de viento. En ellas sonrío, sabiendo que están bien asidas a las partículas de metal del terreno. Que engordan su contorno ancladas en la humedad y en una tierra que solo sabe de mantras envejecidos, palabras de sudor, entrega y sacrificio.

Para hablar de amor a través de una remolacha y sus lunas, extiendo un mantel en el suelo de color nieve y pintas granates. Lo delimito en sus extremos con manojos de flores de lino azul y rompo su vacío con una lluvia de paja seca, que peino con mis dedos y la escarcha. Sus bordes de encajes atraen insectos de estructura diminuta y ojos saltones, con patas en forma de signos musicales que marcan camino sobre la tela, como un juego de tinta por la partitura. Esta belleza me hace ver entonces que, disertar de amor es un signo de cobardía. Que pintar la lluvia solamente es un presentimiento lejano que te acerca al olor de los aguaceros. Para llegar al fondo de la aventura hay que penetrar en la tormenta y empaparla con cada poro de tu cuerpo. Pues igual con el amor. No debemos hablar de él, hay que salpicarse con su tinta y llenarte de manchas. Vivirlo y fracasarlo. Embarrarte y por tanto morder hasta el fondo el corazón de la remolacha.

Oiremos su chasquido delicioso, al masticar cada veta coagulada. Una explosión que sacia rápidamente tu pulso pero que olvidas para volver de inmediato a su puesta de sol. El tacto indoloro y algo extraño que hay en su paladar, en su dulzura.

En la saliva púrpura restos de otro tiempo, de otra sangre adormecida en la canícula de la infancia. Débil de suspicacias alcanzas la fragilidad de lo sencillo y acalorado te conviertes, entre Dios y el Demonio, en dócil veleta en la ventisca.

Si no aspiras a nada más esta podría ser tu historia donde un puñado de metáforas, en forma de remolacha, se reparten la anemia y el peso del mundo.

 

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