Información nutricional sobre

LAS ACELGAS

Esta verdura invernal se caracteriza, aparte de por sus pocas calorías y grasas, por su alto contenido de fibra, vitaminas C, B1 y B2, magnesio, calcio, hierro, provitamina A y ácido fólico. Por tanto son excelentes en caso de anemia, estreñimiento, como remineralizante para los huesos y en dietas de adelgazamiento.

Sus hojas verdes y luminosas están llenas de pigmentos antioxidantes y es por eso que, para aprovechar todas sus cualidades y nutrientes, la mejor forma de cocinarlas será poniéndolas a cocer únicamente con el agua que le queda tras el lavado, sin tapar y removiendo con una cuchara de madera. Las pencas se pueden cortar por separado y ponerlas antes a cocer con un poco de agua, unas gotas de limón para que no se pongan negras y luego añadir las hojas.

Elegir siempre las de hojas tersas, brillantes y de color uniforme y sin manchas. Las pencas tienen que ser duras y de color blanco.

 

RECUERDOS DE LA NIÑEZ Y EL VERDOR DE LAS ACELGAS

Un texto de Pedro Casamayor

De niño, el miedo y el asco en muchas ocasiones se presentaban vestidos de verde. En las pesadillas, el demonio que te atormentaba era verde, el resfriado que te impedía respirar en la cama era verde, el viento que golpeaba en la tarde la ventana, de repente, era verde y oscuro.

De ahí, hasta llegar a los pucheros de tu madre, en donde algunos días, notabas algo – también verde – flotar en el plato y moverse en su trayectoria casi siempre dirigida por la mirada colérica de esa madre hacia tu boca. Eran acelgas, una de las palabras más indigesta de la niñez.

Pero ya pasó la infancia y su destino libre y ahora, los demonios son imágenes divertidas y sexis en tu mente. La carne, hoy más dura y desinhibida, pide a gritos raciones de verde clorofila en la boca y en tu conciencia de campesino, se vuelve uno de los colores favoritos. Llegas a pensar que no hay mejor alimento y abundancia que unas acelgas cocidas con un buen chorro de aceite y limón para la cena. Que no hay mayor revolución en el paisaje que un campo de invierno cubierto de acelgas salvajes y debajo la tierra dormida y humeante.

Las rosas nunca fueron para la estación del frío. El dios de las puertas, prefiere para enero un inicio indómito y poner en la cocina un jarrón con gavillas de acelgas de colores. Rojo, naranja y amarillo combinado con el blanco y el verde más fecundo que, más tarde, añadiremos en nuestros platos para hacer la mezcla perfecta. Acelgas con patatas, acelgas con legumbres, con salsa de almendras, mientras nieva luz y escarcha en algún huerto de la montaña.

Como una lección más de la naturaleza, vemos como nuestro perro conoce, sin que nadie se lo haya enseñado, las hierbas con las que tiene que purgarse para mantenerse sano. Los humanos, creadores de historias, de corazones artificiales, a veces también de ignorancias, desatendemos y repudiamos el mensaje y los frutos de la tierra entregada a la libertad de las estaciones y de las semillas.

En los recuerdos más reconfortantes verde de acelgas y en el botiquín de urgencias el aroma de los últimos metros de vuelo de aquel tobogán y el comienzo de ese cuento que nos hizo crecer y dormir “a campo abierto”:

“Había una vez unos años primeros cargados de calles, juegos, domingos y acelgas en el plato”.

Pedro Casamayor, conoce más de este autor en Raspabook

 

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